Mi Trayecto fuera de las Distintas Instituciones

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Este fue mi trayecto, este fue mi caminar,  este es mi testimonio, así fue como encontré la Libertad de las Instituciones y la encontré sólo en Jesucristo.

A pesar de que Martín Lutero es citado comúnmente como el líder de la “Reforma Protestante”, hombres como John Wycliffe (1331-1384) y Jan Hus (1369-1415), estaban instalando retos muy serios y bien articulados contra la autoridad y las prácticas de la Iglesia Católica Romana cerca de 100 años antes de que las noventa y nueva tesis de Lutero fueran clavadas en las puertas del templo. Aquellos hombres, y otros reformadores como ellos, no hallaban justificación bíblica para lo que ellos veían que “la iglesia” estaba haciendo y, literalmente, arriesgaron sus vidas y comodidades por cuestionar aquello.

En el corazón de sus protestas estaba la forma en la que “la iglesia” se había colocado como el intermediario (o el corredor de bolsa) entre Dios y Su pueblo; así como la corrupción que emanaba de ello. En aquellos tiempos, los “cristianos” tenían que depender de “la iglesia” para enseñarles lo que las Escrituras decían, para perdonar sus pecados y para administrar los sacramentos, los cuales eran de forma ostensible, su conexión con Dios, y finalmente, con su salvación. Una falla al encarnar los estándares de “la iglesia” podría costarle la administración de los sacramentos lo que, en ese contexto, significaba ser separado de Dios.

Mi trayecto comienza en la iglesia Católica Romana. Como una persona que fue educada en una familia católica devota, crecí con cierto entendimiento de Dios. Él era demasiado alto, demasiado santo para que una persona como yo pudiera acercarse; así que rezamos a los “santos” y a María y, descansamos en los sacerdotes y en los obispos y, finalmente, en el Papa para que nos dijeran lo que realmente Dios quería de nosotros. Él era demasiado santo que teníamos que susurrar en el santuario, incluso cuando no había un servicio llevándose a cabo.

En aquellos días, yo creía que el edificio de la iglesia era la casa de Dios y que ahí era donde necesitaba ir para estar con Él, por supuesto, la idea de estar con Él era aterradora ya que, como me era recordado muy frecuentemente, Él habría de juzgarme algún día y decidiría si yo era digno del cielo. No hay duda de que el termo a Dios es el principio de la sabiduría, pero no creo que esto es lo que Dios tenía en mente. De esta formación, emergió en mí una admiración por Dios, sin una comprensión de la Persona del “Espíritu Santo”. Desde mi perspectiva, Dios estaba a un millón de años (es decir, en el cielo), Jesús había muerto hace más de 2000 años, y yo estaba solo por mi cuenta.

Cuando salí de mi casa, dejé “la iglesia” atrás también; no porque hubiera sido herido o por que estuviera enojado o porque tuviera algún tema teológico sin resolver, sino porque parecía irrelevante para mi vida. A pesar de que intentaba ser una persona “buena” y moral, simplemente me adapté a mi alrededor y a la cultura y, por muchos años pareció todo estar muy bien; pero, eventualmente, me di cuenta de un vacío irritante dentro de mí y, así como busqué su origen, descubrí que Dios estaba ausente en mi vida. Estas no eran buenas noticias para mí, ya que eso significaba regresar a la iglesia y realmente no echaba de menos esa parte de mi vida; no obstante, debido a que la iglesia era todo lo que yo conocía, fue lo que hice.

Aunque mi primer intento fue la Iglesia Católica, un amigo “protestante” eventualmente me invitó a su iglesia y pronto mi búsqueda me llevó en una dirección distinta; los estudios bíblicos comenzaron a retarme respecto a lo que yo sabía y, cuando finalmente leí la Biblia por mí mismo, emergió en mí una perspectiva completamente diferente de Dios, de lo que Él quería y de lo que significaba ser Su hijo. Me di cuenta de que Él quería tener una relación personal conmigo y, a pesar de que no sabía exactamente lo que eso significaba, estaba convencido de ir tras ello.

Aunque me tomó cierto tiempo, gradualmente comencé a experimentar una conciencia tangible de Su presencia y a discernir Su voz; en ocasiones, me encontré con Su Espíritu Santo en formas poderosas y fui transformado para siempre en aquellos momentos. La revelación de que Su Espíritu Santo vive en mi interior, acercó a Dios desde los cielos y a Jesús desde la Historia, y los puso en el centro de mi vida cotidiana; esto cambió mi vida en todos los sentidos y, desde entonces, ha sido mi única fuente de esperanza.

Me imagino que esta parte de mi testimonio sobre mi caminar parecería que apoya la idea de que el sabor “protestante” de la cristiandad es, de alguna forma, superior a la idea “católica”, pero después de veinte años de ir y venir de entre estos círculos, ambos comenzaron a parecerse increíblemente; a pesar de estar muy agradecido a mis amigos Evangélicos y a su insistencia a que viniera de rodillas al altar, y a mis amigos Bautistas, que me impulsaron a leer la Biblia, y a mis hermanos y hermanas carismáticos por su amor por todas las cosas espirituales; al mismo que sentía la necesidad de ser bautizado nuevamente y, a pesar de que era reconocido como alguien que había hablado en lenguas y, aunque continuaba buscando mi lugar en las bancas de la iglesia los domingos, ninguna de estas cosas había salvado mi alma ni lo haría.

Todo lo anterior sólo valió la pena hasta el grado en el que me ayudaron a encontrar a Jesucristo y a estar verdaderamente conectado a Él y a cumplir Sus propósitos para mi vida. Aunque Dios usó (y usa) estas cosas (por ejemplo, mi formación en el catolicismo y mis experiencias dentro de los círculos “protestantes”), es Él quien me atrajo a Sí mismo… era Él quien hablaba a mi corazón y quien me daba (y me da) vida nueva. En última instancia, este trayecto ha sido (y es) una transacción entre Él y yo; Él es la Vid y yo soy el pámpano; soy sostenido por Él.

Me parece que, a través de la historia de la humanidad, Dios ha intentado orquestar una conexión directo con Sus hijos y que el hombre ha resistido consistentemente ese esfuerzo. Comenzó en el jardín, donde todo lo que Él quería era caminar con ellos en el frescor del día, pero Adán y Eva escogieron un camino distinto.

En los días de Moisés, Él habló desde el monte a su pueblo durante su camino hacia la tierra prometida; pero esto los aterrorizó y ellos pidieron que no hablara más. Más tarde, cuando el pueblo clamó por un rey, Él se lamentó diciendo: “Yo quería ser Su Rey”; y cuando les envió profetas para que hablaran en Su Nombre, ellos los ignoraron y/o los asesinaron.

Pero finalmente, mediante el sacrificio perfecto de Jesús, Dios pudo enviar su Espíritu Santo a habitar dentro de los corazones de aquellos que son realmente suyos; esto fue (y es) la consumación del deseo de Dios de tener una relación genuina e íntima con Su pueblo; ya no había necesidad de sacrificio de animales, ya no se requería ir al templo para experimentar Su presencia, ya no había necesidad de encontrar al profeta para escuchar lo que Dios decía. El velo había sido rasgado e incluso un “desgraciado como yo” podía (y puede) ahora venir directamente al trono de la gracia. Entonces, ¿dónde dejamos a la “iglesia”?

La iglesia de la cual Jesús habló no era una institución, ni tampoco tenía la intención de que fuera contenida dentro de un edificio. Él habló de un cuerpo de creyentes, viviendo en respuesta a Él, mediante Su Espíritu. Él tuvo la visión de una conexión que era tan íntima que sería como la de un esposo con su esposa; un pueblo tan devoto a Él y unos con los otros, que el mundo no podría mejorar sino reservarse a contemplar obligadamente una foto de Su amor por ellos; sin embargo, a lo que hemos llegado, en esta presente era, está más enraizado en la tradición religiosa y el pragmatismo, que en cualquier aspecto espiritual.

La “iglesia” se ha convertido en algo más que el lugar donde vamos a practicar una forma particular de religión; y mientras el ejercicio de las convicciones religiosas de uno no son necesariamente algo malvado, hay un espíritu que está al acecho de cada actividad que se hace ahí, intentando continuamente tergiversar su significado y contexto; llamaré a esto “un espíritu religioso” o un espíritu de religiosidad que, al mismo tiempo, es el mismo espíritu que al final convenció a Caifás de que él estaba protegiendo a Israel al pedir la crucifixión de Jesús y el de Saulo que creía que estaba haciendo la obra de Dios al matar a los seguidores de Jesús. Si no tenemos discernimiento, también podríamos convencernos a nosotros mismos de que toda actividad religiosa en nuestro andar está cumpliendo algo que no es. Jesús advirtió a sus seguidores de esto en los evangelios (Mat. 7:23 – “no todo aquel que me llama ‘Señor, Señor’, entrará en el reino de los cielos” …).

De hecho, pareciera que nada sobresalta más la ira de Jesús que el espíritu religioso, con sus muchas reprensiones con las que señaló a los líderes religiosos de Sus días; éstos hombres, se auto-percibían como agentes de Dios, pero Jesús les dijo: “Ay de vosotros, maestros de la Ley y Fariseos, ¡hipócritas! Ustedes cierran la puerta del reino de los cielos en la cara del pueblo; vosotros mismos no entráis, ni tampoco dejan entrar a aquellos que lo intentan” (Mat. 23:13).

Obviamente, el enojo de Jesús estaba enraizado en el hecho de que estos hombres se paraban en el camino para que la gente fuera directamente a Él, y no hay duda de que Él siente lo mismo al día de hoy. En la médula de este asunto, el espíritu de religiosidad es un espíritu anti-Cristo, el cual, busca erigir el velo al ponerse él mismo entre Cristo y el pueblo; este, exalta los símbolos y su doctrina, sus rituales y sus oficiales, robando con ello el verdadero foco en Aquél quien es la fuente de la vida. Los grandes reformadores del pasado vinieron contra este espíritu y encarnado en lo que hoy consideramos la iglesia Católica Romana, y sugiero, que los reformadores de hoy en día hagan lo mismo por aquellas iglesias que sean consideradas de herencia “protestante”.

Desde los tiempos de Lutero, la iglesia reformada ha ido restaurando gradualmente mucho de las jerarquías, los rituales y de la idolatría que intencionalmente quiso dejar atrás. La cultura “cristiana” en América del Norte ahora es educada y tiene sus súper-personalidades, quienes pueden llenar los auditorios y pedir que se les sea muy bien remunerados por su ministerio. Hoy en día, tenemos ministros que llevan consigo títulos especiales (por ejemplo, Obispos, Arzobispos, Apóstoles, Profetas, etc…), y llegan a creer que ellos forman parte de una cierta clase privilegiada dentro del Cuerpo de Cristo.

En muchos casos, la gente exalta a tales líderes, dejando caer dinero a sus pies y parándose en línea para poder ser tocados por ellos; una simple búsqueda de internet puede buscar videos de tales ministros siendo literalmente coronados o siendo nombrados caballeros con una espada. Muchos ministros ofrecen bendiciones especiales (es decir, las antiguas indulgencias), para aquellos que cumplen con el monto monetario requerido; incluso en lugares sin este tipo de histeria colectiva, se le es enseñado a sus miembros, que la iglesia o su pastor, es su cobertura espiritual y que estarían desprotegidos si se separan de debajo de su autoridad. Una y otra vez, en miles de formas diferentes, el mensaje es que nosotros necesitamos lo que ellos ofrecen con el objetivo de alcanzar nuestro destino ordenado por Dios, y esto, va directamente en contra de las buenas nuevas del Evangelio.

No estoy diciendo que ya no hay ministros sinceros o que no hay congregaciones que están haciendo un buen trabajo dentro de sus comunidades; sin duda, ambas aún existen. No estoy diciendo que nadie de los que sostienen algún título especial sea corrupto o codicioso; yo personalmente, conozco a algunos ministros llenos de dones quienes legítimamente reclaman tales títulos.

Lo que estoy diciendo es que en mi caminar, he encontrado que este modelo que hemos adoptado como “iglesia” no está produciendo el tipo de fruto por el que Jesús murió para proveernos de él. De forma colectiva, no estamos siendo la luz ni la sal de este mundo, no somos conocidos por la forma en que nos amamos unos a otros, no estamos siendo transformados en la imagen de Cristo y pareciera que no le estamos haciendo nada a las puertas del Hades.

Nuestros hijos están siendo formados en gran medida por su educación en las iglesias sin una conexión genuina con Dios y están dejando la fe masivamente. Al leer las Escrituras, encuentro que Dios está siendo exactamente lo que Él dijo que sería, que el enemigo de nuestras almas está actuando exactamente como Dios dijo que actuaría y que el mundo (es decir, la humanidad), está siendo exactamente como Él dijo que sería y que la creación está respondiendo exactamente como él lo predijo. El único actor en este escenario que leo en la Biblia que no veo, es la Novia de Cristo, por la que Jesús regresará

En este punto de mi jornada, me preguntaría si nuestra práctica religiosa actual no nos llevará hasta ahí. Al final, es Cristo en nosotros quien es la esperanza de Gloria. Hasta que la vida de Cristo dentro de nosotros se convierta en nuestro guía, estamos atados a vagar sin destino; a menos que El Señor no edifica Su casa, seguiremos trabajando en vano.

¡Que el Señor le bendiga con sabiduría en su trayecto!

Bryan Corbin

Esta es mi historia, ¡Este es mi trayecto hasta el día de hoy!

En Inglés https://godsleader.com/my-journey-out-of-the-different-institutions/

2 Comentarios
  1. Javier Cortés Montecinos dice

    Necesito mucho de una Real relación personal con Cristo…La religiosidad me carcome como un virus indetectable..

    1. JoseLBosque dice

      Hola Javier
      Estamos aquí para servirte en Su Nombre
      Con mucho amor
      jose
      https://www.facebook.com/groups/IglesiaMundial

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