Una Teología del Dar

Una Teología del Dar

Prólogo: Por favor note que el título de este artículo es “Una Teología del Dar” como un contraste a “La Teología del Dar”. Mi comprensión de Dios y sus propósitos (es decir, la teología) es algo dinámico y simplemente es donde me encuentro en estos momentos. No soy tan ingenuo para creer que esta es la última palabra acerca del dar ni tampoco me siento capaz de criticar a cualquiera que llegue a una conclusión diferente; lo único que puedo decir es que, a pesar de que no he escuchado a nadie enseñar lo que estoy a punto de presentar, aquí es donde siento que El Señor me ha traído; si no le hace sentido a usted, siéntase en libertad de desecharlo (tal como todos seríamos sabios al hacerlo con lo mucho que se nos ofrece y que logra su cometido a través del internet).

Se me fue enseñado desde una temprana edad que se es mucho más bienaventurado el dar que recibir, y de esta manera, el principio del dar ha sido el fundamento en mi ser. Al crecer en el ambiente de iglesia, siempre vi a mis padres dar cuando “el alfolí” (el plato de las ofrendas) era pasado, así que asumí que esto es lo que hacen los cristianos. Aunque no tomé en seria al Señor hasta años más tarde, siempre intenté poner algo en la canastilla en la hora de la ofrenda. Mis primeros pasos en mi jornada del dar fueron pasos relativamente muy pequeños, mientras que aprendía: Cómo convertirme en un “dador alegre”, cómo es que “cosecho lo que siembro” y eventualmente, cómo funciona el principio de los “primeros frutos” (es decir que, si yo doy la primera parte de mi cosecha, Él bendeciría el resto); si bien es cierto que todos estos principios podemos hallarlos en las Escrituras, sugeriría que usar estos elementos solo para arrastrar a alguien hacia una conclusión [ofrendar], simplemente crean un panorama horriblemente inconcluso de lo que la Biblia tiene que decir acerca del dar.

Eventualmente, fui confrontado con el asunto del diezmo (es decir, dar el diez por ciento de mis ingresos) y, después de escuchar muchos sermones que llegaban a la conclusión que fallar en esta área era semejante a “robarle a Dios”, diezmar se convirtió mi práctica cotidiana; me gustaba hacerlo, me hacía sentir que de alguna manera estaba cumpliendo con mi parte para con Dios y, de esta manera, en cierto grado era un motivo de orgullo para mí. Cuando una persona hizo la recolección en una iglesia testificó el ser “diezmador de por vida” y yo pude decir un “Amén” de corazón, debido a que yo también era un “diezmador”. Estaba al tanto de que algunas personas consideraban el diezmo como parte de la Ley del Antiguo Testamento y, por lo tanto, ya no era requerido, pero intenté desechar ese argumento como una excusa bastante conveniente para no dar; estaba muy feliz con mi teología del dar en ese momento y asumí que siempre había sido como yo creía. No fue sino hasta que ciertas personas, quienes eran mucho más jóvenes en la fe, me preguntaron si el diezmar era aún “requerido”, que comencé a investigar acerca del asunto por mí mismo.

A primera vista, el argumento de que era parte de la Ley perecía bastante válido, pero entonces escuché alguna enseñanza que apuntaba al hecho de que Abraham diezmó a Melquisedec, lo que parecía indicar que la práctica del diezmo precedía a la promulgación de la Ley; si esto era verdad, entonces sonaba lógico que el diezmo no necesariamente fuera derogado por el simple hecho de que nosotros ya no estamos bajo la Ley. Por aquél tiempo, en mi caminar con Cristo, había comenzado a sentir la inquietud del Espíritu Santo y en más de una ocasión, me había sentido impulsado a dar espontáneamente otra cantidad que meramente el requisito del 10%. Esta práctica de seguir la guía del Espíritu Santo rápidamente se incorporó a mi teología del dar, así como al mismo tiempo daría el diez por ciento a menos que sintiera que el Espíritu me movía a dar un poco más. Muy rápido cambié a orar sobre cuánto dar y a dar el diez por ciento si no sentía ninguna dirección al respecto. Nuevamente, estaba bastante feliz con esta teología del dar e indubitablemente, permaneció aquel orgullo; no fue sino hasta que comencé a tener un entendimiento mayor sobre las diferencias entre el Antiguo y el Nuevo Pacto que esta teología nuevamente sería desafiada.

A pesar de que cualquiera que conozca las Escrituras indudablemente coincidiría en que el Nuevo Pacto que Jesús adquirió para nosotros, es superior al Antiguo Pacto; la magnitud de tal cambio parece pasar desapercibido para muchos creyentes. Jesús fue el “sacrificio perfecto” y el cumplimiento de la Ley, cuando Él dijo “¡consumado es!” eso era exactamente lo que Él quería decir. Sin importar si el diezmo era parte de la Ley, este era parte del Antiguo Testamento y, debido a lo que Jesús hizo, ahora tenemos acceso a un mucho mejor pacto. Yo personalmente no creo que sea un “accidente” en las Escrituras (es decir, un descuido de parte de Dios) que el diezmo nunca es mencionado en el Nuevo Testamento; es por ello que ya no se nos requiere dar con la finalidad de recibir ni se nos requiere creer para que recibamos; ya no se nos requiere ofrecer un sacrificio para demostrar nuestra fe en lo que hará Dios, ahora demostramos nuestra fe al creer los que Él ya ha hecho por nosotros. Un corazón que lucha en cuanto a dar sonaría como una buena noticia, pero la realidad es que al que mucho se le ha dado más se le demandará. Mientras que el Antiguo Testamento permitió el sacrificio del diez por ciento, para la bendición sobre el noventa por ciento restante, en el Nuevo se requiere mucho más que esto; bajo sus provisiones, solo aquellas cosas que son sometidas al señorío de Cristo son verdadera y plenamente bendecidas.

El arreglo que tiene Dios en mente para los creyentes del Nuevo Pacto va mucho más allá que el primer acuerdo; Él toma ventaja de su inhabitación dentro de nosotros no para ser un espectador pasivo, sino que “en Él, vivimos, nos movemos y existimos” [Hch. 17:28]; ahora como copartícipes de este Nuevo Pacto, todo lo que tenemos debe ser ofrecido a Dios y a Sus propósitos. No estoy sugiriendo que debamos de dar todas nuestras posesiones materiales sin preservar nada para nuestras familias (a menos que, por supuesto, el Espíritu nos dirija a hacer aquello); lo que estoy diciendo es que ya no es aceptable el dar el diez por ciento de nuestros ingresos a los propósitos de Dios, mientras que gastamos el noventa por ciento en lo que sea que deseemos. La inhabitación de su Santo Espíritu siempre ha tenido la intención de revolucionar cada aspecto de nuestras vidas, no simplemente darnos pequeñas muestras de lo que será el cielo, mientras que nos sumergimos en las cosas de este mundo. Todo lo que tiene el creyente bajo el Nuevo Pacto debería de estar al servicio de los propósitos de Dios.

Una Teología del Dar

Si estamos en la búsqueda de una Una Teología del Dar en el Nuevo Testamento, creo que el libro de los Hechos capítulo 5 provee una imagen poderosa; este escenario nos dice que Dios movía a Su pueblo a compartir todo lo que tenían con los demás creyentes; cuando una pareja, Ananías y Safira, decidieron retener un poco para ellos mismos, si el diezmo fuera aún un requerimiento, entonces el vender su propiedad y dar sólo el diez por ciento de su ganancia, hubiera sido más que suficiente; de hecho, el pasaje parece indicar que ellos ofrendaron la mayor porción de su ganancia a los apóstoles, reservando solo una parte para ellos, pero algo dentro de ellos (es decir, el Espíritu Santo) sabía que Dios pedía más, así que ellos crearon la ilusión de que estaban dando todo, lo que terminó siendo su perdición. Creo que lo que nos consideramos “diezmadores” podemos caer en una trampa similar, cuando cómodamente damos el diez por ciento mientras que el Espíritu Santo nos mueve a dar y a hacer mucho más. Si realmente creemos en lo que Jesús ha cumplido en la cruz y que Él es la fuente de nuestra bendición, entonces ¿por qué no confiaríamos en que Él nos guiará a distribuir “todas” las ganancias que Él ha provisto para nosotros? ¿Será que hemos tenido una mentalidad basada en el Antiguo Testamento en la que toda la cosecha nos pertenece y que sólo queremos que Dios nos bendiga?

No me parece casualidad que muchos de los héroes del Antiguo Testamento (por ejemplo, Job, Abraham, David, Jacob, etc.) fueron ricos en cosas materiales; después de todo, bajo las condiciones del Antiguo Testamento, esta era una señal de su fidelidad; sin embargo, con la inhabitación del Espíritu de Dios vino un nuevo estándar de fidelidad y las vidas de los héroes del Nuevo Testamento se veían muy diferentes debido a ello. Aunque amamos la imagen del pueblo de Dios gritando y derribando los muros de Jericó, creo que la imagen de Pablo y Silas presos, orando y cantando alabanzas a la media noche, nos aplica mucho más; en la primera, ellos gritaban para que Dios hiciera algo por ellos mientras que, en la última, ellos estaban adorándole por lo que Él ya había hecho. Dios no le había prometido a Pablo y a Silas que él echaría abajo las paredes de la prisión y de todos aquellos que ellos conocían, de hecho, estas horas serían quizás las últimas de sus vidas sobre esta tierra; no obstante, ellos adoraban al Señor por su bondad y su fidelidad. Entendieron que era ahora Cristo, dentro de nosotros, quien es nuestra esperanza de gloria y que la promesa no era tener ganados más grandes o más propiedades o llegar a ser una nación poderosa en esta tierra.

Mi corazón va a todos aquellos en el ministerio, quienes dependen de las ofrendas de los santos. Aún con una predicación ferviente sobre el diezmo (y/o sembrar la semilla de la bendición), la ofrenda, en cualquier lugar, rara vez llega al diez por ciento. Yo les sugeriría que, si los creyentes verdaderamente buscan la dirección del Espíritu Santo en cuestiones de dar y son genuinamente obedientes a esa dirección, a ningún ministerio ordenado por Dios debería faltarle los recursos necesarios; desafortunadamente, muchos de nosotros estamos mucho más interesados en dar propinas a los propósitos del cielo con el propósito de construir nuestros propios reinos terrenales; extrañamente, la predicación sobre el diezmo y el concepto de sembrar la semilla de la bendición, alimentan esta mentalidad, hacen parecer a Dios como una máquina expendedora celestial, la cual, si se le pone el monto correcto de dinero y se le oprimen los botones correctos, entonces estará obligada a entregar al creyente todo cuanto desea y, al final, el “qué queremos” es el problema. El Nuevo Pacto solamente funciona como fue diseñado, cuando lo que queremos es a Jesús; cuando Él se convierte en el medio, en vez del fin último, entonces hemos perdido el punto completamente. A la luz del sacrificio de Cristo, la única respuesta “razonable” es dar como ofrenda nuestros cuerpos y nuestras vidas mismas, lo cual es un simple acto de nuestra adoración espiritual (Rom. 12:1). En este punto de mi vida, he llegado a la conclusión que cualquier cosa menos que esto es “robarle a Dios”.

Por Brian Corbin.

Relational Giving

Una Teología del Dar

 

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